La historia de Rachael
La historia
Soy una trabajadora social y diseñadora de la generación X que vive en el Medio Oeste con mi esposo y mi hija.
A finales de marzo de 2023, a mi padre le diagnosticaron inesperadamente cáncer de páncreas en etapa IV. El diagnóstico de cáncer (y el pronóstico de sólo dos meses de vida) fue una total conmoción. Por desgracia, decayó rápidamente y murió dos semanas después.
Mi sueño se vio afectado de inmediato, y empecé a tener sueños recurrentes de sus últimos momentos de vida. También tenía dolores de cabeza todos los días y crisis repentinas de llanto con cualquier recuerdo suyo. Aprendí que gran parte de esto es normal en los duelos complicados, pero no lo estaba identificando en un paciente, sino en mí, y podía sentir cómo me iba debilitando lentamente.
En marzo, abril y mayo de ese año, funcioné en piloto automático durante mi trabajo diario como trabajadora social y diseñadora. Me volví cuidadora de tiempo completo de mi madre, quien minimizaba y le restaba prioridad a mi duelo. Cuando hospitalizaron a mi padre por primera vez, me puse en contacto con mi terapeuta como una medida preventiva y la pude ver una semana antes de que él muriera (y después la seguí viendo cada semana).
Durante mis conversaciones con ella, y al reflexionar sobre todo esto, creo que atravesaré por este duelo por el resto de mi vida. A pesar de esto, cada día estoy mejor y después de casi seis meses, la tristeza ya no me absorbe como antes.
Lo que más me sorprendió como profesional capacitada para la atención de trauma es que, incluso con todo mi conocimiento y años de experiencia, sentí que no estaba para nada preparada para este tipo de dolor. Si yo no estaba preparada, me cuesta imaginar que alguien pueda estarlo alguna vez. Si hay algo que aprendí es que necesitamos lugares de trabajo que estén informados sobre el trauma y sean conscientes del duelo. Es una obligación moral.